Uno de los primeros estudios asociados al campo de la
resiliencia fue el realizado por Emmy Werner, psicóloga catedrática de investigación de desarrollo humano de la Universidad de California, Davis, EE.UU., a un grupo de personas desde
el nacimiento hasta los 40 años. La investigadora notó que algunos niños que
estaban aparentemente condenados a presentar problemas en el futuro llegaron a
ser exitosos en la vida, a constituir familias estables y a contribuir
positivamente con la sociedad. Algunos de ellos procedían de los estratos más
pobres, de madres solteras adolescentes y de grupos étnicos postergados, además
de tener el antecedente de haber sido de bajo peso al nacer. La observación de estos
casos condujo a la autora, en una primera etapa, al concepto de “niños
invulnerables”, pero posteriormente, otros investigadores considerarán mejor el concepto de RESILIENCIA.
Respecto
de la etimología de la
palabra resiliencia, ésta proviene
del latín resilio que significa volver atrás, volver de un salto, rebotar. El
concepto surge de la física y se refiere a la capacidad de los metales para
resistir el impacto de una presión deformadora y recobrar su estado o forma
cuando ya no existe esa presión.
Dicha capacidad permitiría sobreponerse a hechos traúmaticos, de diversa índole, ya sea abuso físico o psicológico, perdida de un ser querido, catástrofes naturales o las diversas tensiones de la vida misma.
De acuerdo a Grotberg (1996), es posible caracterizar a un niño resiliente a través de expresiones del lenguaje como: “yo tengo”, “yo soy”, “yo estoy”, “yo puedo”. Sin embargo, los adultos también pueden manifestarlas.
De esta manera, como señala el neuropsiquiatra francés Boris Cyrulnik , la resiliencia no se hace, sino que se "teje", ya sea de manera externa, a través de personas que colaboren con esa reconstrucción o de manera interna, a través de la propia capacidad del individuo de sobreponerse a las adversidades.
Por lo tanto, expresiones como las señalas por Grotberg pueden irse adquiriendo con el tiempo.
De acuerdo a diversos autores la lectura podría entregar las herramientas resilientes para que un niño o adulto continúen con su vida, tal cual estaba antes de un trauma, pero tomando dicha experiencia, aprendiendo de ésta.
Por consiguiente, Condemarín (2001) señala los
beneficios de la lectura, tales como que es el principal medio del desarrollo
del lenguaje; principal medio del éxito o fracaso escolar; expande la memoria
humana; moviliza activamente la imaginación creadora; estimula la producción de
textos, etc. Pero no sólo a nivel intelectual la lectura puede ser beneficiosa,
sino que también a un nivel personal y resiliente.
En este punto Condemarín (2001:16)
también señala:
“Los textos narrativos y poéticos, en la medida que
muestran las motivaciones y los conflictos de los humanos enfrentando a otros
humanos, a ellos mismos, a la adversidad, a la naturaleza o a la incertidumbre,
ayudan a tomar conciencia de los propios esfuerzos que hacemos para enfrentar
desafíos. También enseñan a apreciarnos como personas y ponen en evidencia la
unidad y continuidad de la condición humana, reflejada desde el pasado, en el
presente y proyectada hacia el futuro. La lectura de tales textos permite a los
estudiantes encontrarse a sí mismos, ponerse en el lugar de otros, valorar las
diferencias, solucionar problemas y aprender a explorar opciones para ellos
mismos y para la humanidad…
Los contenidos de los textos literarios no son
procesados en forma neutra. Ellos constituyen una “información estimulante”
dado que desencadenan, en la intimidad de cada persona, una serie de emociones
más o menos profundas”.
Por su parte, Posada
(2005) señala que la literatura infantil ayuda a la construcción y
reconstrucción de las metas de desarrollo humano, integral y diverso y al
tejido de la resiliencia. Es facilitadora y fomentadora de la autoestima, al
mostrar a los niños en su dimensión de personas valiosas; de la autonomía, al
señalar la posibilidad de gobernarse a sí mismos; de la creatividad, al poner a
volar la imaginación inventiva para poder transformar la realidad; de la
felicidad al reconciliarnos con la vida; de la solidaridad, al exaltar valores
universales que permiten compartir las necesidades de los otros; y de la salud,
al ayudarlos a tener el estado óptimo en que se pueden ejercer todas las
funciones inherentes a su proceso vital. Además como resultado de esta
construcción y reconstrucción ayuda a afrontar las adversidades, esto es, a
tejer la resiliencia.
A
continuación se reproduce un extracto de la nota realizada por Laura Casanovas publicada
en el diario La Nación argentina, miércoles 24 de junio de
2009, entregando su visión a raíz de sus investigaciones:
Antropóloga con
estudios en sociología, psicoanálisis y lenguas orientales, Petit es
investigadora de la Universidad de París I y autora de varios libros, entre
ellos “Una infancia en el país de los
libros” y “El arte de la
lectura en tiempos de crisis”. Su obra fue ampliamente traducida al
español.
-¿Qué efectos
producen las narraciones en tiempos difíciles?
-En contextos de
crisis, la literatura nos da otro lugar, otro tiempo, otra lengua, una
respiración. Se trata de la apertura de un espacio que permite la ensoñación,
el pensamiento, y que da ilación a las experiencias. Una crisis es como una
ruptura, un tiempo que reactiva todas las angustias de separación, de abandono,
y produce la pérdida de ese sentimiento de la continuidad que es tan importante
para el ser humano. Las narraciones, entre otras cosas, nos reactivan ese
sentimiento, no sólo porque tienen un comienzo, un principio y un fin, sino
también por el orden secreto que emana de la buena literatura. Es como si el
caos interno se apaciguara, tomara forma.
Es por esto, que la importancia de la lectura no sólo abarca importancia a un nivel educacional, sino que personal y para la vida.
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