Las máquinas flotantes serán capaces de recorrer más de 9.000 millas
por año y de sondear las profundidades para recoger datos sobre la fauna, los
lechos oceánicos y el agua misma, que son transmitidos en tiempo real a tierra
firme. Y de hacerlo recortando notoriamente los costos de recolección de
información con las tecnologías preexistentes. En el plazo de casi un año, se prevé que estos equipos recolecten 2,25
millones de datos discretos. Para acompañar la expedición, se ha lanzado una
convocatoria abierta a científicos de todo el mundo para premiar la idea más
innovadora sobre cómo usar esta información recopilada en ultramar.
De lograrlo, el premio para Liquid Robotics –la empresa de Silicon
Valley que está detrás del proyecto-, será batir el récord Guinness de
navegación no tripulada. Además, claro, de abrir para sus "criaturas"
marinas un abanico de posibilidades comerciales. El germen de la idea surgió de
la necesidad de seguirles los pasos a las ballenas jorobadas de Hawaii. Allí,
la Fundación de Investigación Júpiter pidió a un grupo de investigadores del
Silicon Valley que diseñara dispositivos para poder registrar los sonidos de
estos cetáceos sin necesidad de anclar los equipos de grabación al suelo
oceánico. Así surgieron los equipos de Liquid Robotics, que son capaces de
impulsarse solos mediante el uso de energía eólica y solar, lo que les otorga
autonomía de navegación teóricamente sin límites.
A primera vista, alguien podría confundirlos con tablas de surf para
gigantes: los robots son pequeñas balsas, de dos metros de largo por medio de
ancho, hechas del mismo material que los equipos de surf y puestos a flotar
sobre las olas. En un mástil externo tienen una estación de medición climática y,
debajo del agua, están unidos por un cordón umbilical a un zepelín que funciona
como hélice, impulsada por la energía solar que le proveen dos paneles en la
superficie. Pero el verdadero tesoro está en cajas selladas de aluminio: allí se
alojan los sensores, con conectores a prueba de agua, capaces de recoger
millones de datos para almacenarlos en pequeños chips.
El principal desafío, según sus responsables, ha sido el diseño de del
software que controla los robots, que debía ser lo suficientemente robusto como
para no generar dolores de cabeza durante una misión de ultramar. Para ello, sumaron al proyecto al padre del lenguaje de programación
Java, que hoy se usa en la mayoría de las aplicaciones web. James Gosling –tal
su nombre- se encargó de crear una red para los robots bajo el concepto de
"nube" (cloud computing, en inglés) que rige las redes de los
usuarios personales. Al no estar tripulados, los robots pueden aventurarse a las aguas en
cualquier condición climática. Aunque allí afuera también tienen sus desafíos
por sortear, desde las grandes tormentas a la amenaza de los tiburones (en un
prototipo, un sensor recibió una mordedura letal) o la necesidad de contar con
un sistema de alertas para evitar choques con embarcaciones. En el trayecto, se
ocuparán de recoger datos sobre temperatura y salinidad, sobre la biología
submarina (por ejemplo, determinar si hay superpoblación de una especie en un
área determinada), el comportamiento de las olas en altamar, la composición química
o la posible existencia de crudo, entre otras cosas.
Entre sus usos concretos, los científicos destacan la posibilidad de
medir variables para avanzar en el entendimiento del cambio climático, de
detectar alertas de tsunami que sólo se perciben en aguas profundas o
incursionar en el centro de un huracán para poder comprender mejor la dinámica
de este fenómeno meteorológico.
Liquid Robotics ha trabajado con la Administración del Océano y la
Atmósfera de Estados Unidos y, además de los centros de investigación
científica, ha despertado el interés de empresas de transporte naviero o
compañías de petróleo y gas.
Los costos son parte del atractivo: por unos US$3.00 al día que cuesta
solventar un robot, se puede reemplazar una embarcación que recoja datos
similares cuyo mantenimiento sale hasta 35 veces más.
Fuente: BBC
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