El impulso de unión con otros organismos, precursor del amor, con más de tres mil millones de años, permitió superar el mundo de la clonación para acceder al de la individualidad y diversidad, pero supuso aceptar la finitud y la muerte. La mayor diversidad genética, propia de la reproducción sexual, ha facilitado la adaptación de los organismos complejos a entornos extremadamente cambiantes. El amor se encuentra en el cerebro al ser el recurso fundamental para sobrevivir, aunque de una forma diferente según el género. En los hombres,el espacio cerebral reservado a las relaciones sexuales es dos veces y media superior que en las mujeres, mientras que en éstas, son más numerosos los circuitos cerebrales activados con el oído y las emociones. Evolutivamente, los hombres manejan el espacio y resuelven sistemas inanimados con mejor soltura que las mujeres, más especializadas en la percepción de los sentimientos. La empatía, o capacidad de reconocer y responder los pensamientos y emociones de otras personas, permite reconocer las necesidades de los bebés con mayor facilidad, aumentando la probabilidad de supervivencia. A su vez, las hembras cuentan con un grosor mayor del cuerpo calloso (región cerebral que separa ambos hemisferios), lo que les proporcionan una mayor versatilidad y posibilidad de atender con más soltura a varios asuntos a la vez. Ante un estímulo externo positivo, el cerebro activa una sensación de bienestar, pero para que esta sensación se transforme en un sentimiento de amor o una emoción de felicidad hace falta que el pensamiento se ponga a husmear en la memoria, en busca de datos o recuerdos similares. Así, los nueve meses del embarazo y los dos primeros años de vida constituyen los cimientos del amor, al construirse un mapa mental con asociaciones, experiencias y hechos fortuitos y porque antes se es incapaz de poseer recuerdos. De esta forma se modula el cerebro social y se establecen los recursos emocionales de una persona. Para elegir a un organismo en particular en lugar de otro, intervienen factores como la simetría y la compatibilidad entre los sistemas inmunológicos de la pareja a través de las feromonas. En los humanos, el órgano vomeronasal, encargado de detectar las señales de las feromonas, está atrofiado, aunque es el responsable, entre otros, de la sincronización del ciclo menstrual en las mujeres. También se ha sugerido, que tendemos a enamorarnos de personas con tipos de personalidad conformados por un perfil químico complementario al nuestro. Está demostrado que los hombre más simétricos tienen más parejas sexuales que los hombres con más fluctuaciones asimétricas. Esta simetría masculina facilita el orgasmo femenino, responsable de una mayor succión de esperma cuando se produce haciendo el amor. También se ha detectado la preferencia de los bebés por determinados rostros, eliminándose así los condicionamientos culturales que pudieran aducirse. La seducción es un fenómeno cultural e indistinto del género, que se ejerce en aras de agradar al otro. El ser humano es curioso por naturaleza, por lo que la ostentación, tanto como su inversa, obligan a ejercicios mentales cada vez más complejos, con los que intuir lo que piensan los demás de nosotros. El lenguaje no verbal equivale a más del 60% del contenido reflejado en la conversación. Cuando dos rostros pretenden expresarse, la mirada absorbe un 70% del esfuerzo. Así, en el amor, es imposible enamorarse sin mirar fijamente a los ojos.
El casi centenar de neurotransmisores o neuropéptidos del cuerpo humano son los responsables de losflujos hormonales. Durante el embarazo son responsables de las diferencias relativas a la orientación sexual y a la conducta que tendrá el feto de adulto. Cuando encontramos a la persona deseada, el hipotálamo, a través del sistema nervioso, ordena a las glándulas suprarrenales que aumenten inmediatamente la producción de adrenalina y noradrenalina, provocando el aumento del latido cardiaco y presión arterial, se incrementa la liberación de grasas y azúcares para aumentar la capacidad muscular, se generan más glóbulos rojos a fin de mejorar el transporte de oxígeno por la corriente sanguínea, etc. La mayor parte de las regiones del cerebro humano que contienen receptores de las hormonas vasopresina y oxitocina se activan tanto en el enamoramiento como en el amor maternal por la producción de feniletilamina, un compuesto de la familia de las anfetaminas. Los niveles de oxitocina se disparan en los enamorados y tanto los hombres como las mujeres la segregan al copular. Esta hormona juega un papel fundamental en la conducta sexual, al sustentar la fidelidad y la creación de vínculos afectivos en la pareja. Está presente en todas sus fases: en el enamoramiento, en el posparto y en la lactancia. De hecho, la leche contiene niveles altos de oxitocina y prolactina, que facilitan el vínculo entre la madre y el recién nacido. El enamoramiento es un paso indispensable para que florezca el amor pero son distintas y sólo pueden consumarse si a la primera fase le sigue la segunda. El amor romántico y el parental coinciden en lo que concierne al sistema nervioso con el fin evolutivo de perpetuar la especie. El amor se apoya en dos cimientos que también conforman las enfermedades psicológicas: los recuerdos inconscientes y los mecanismos de defensa. Así, enamorarse depende en gran medida de nuestras experiencias y de aprendizajes pasados, y por ende de la memoria. La experiencia amorosa más reciente debe superar siempre el umbral alcanzado por los anteriores. Las regiones ricas en oxitocina y vasopresina, las hormonas del amor, se superponen con fuerza sobre aquellas ricas en dopamina, el neurotransmisor tradicionalmente asociado con el circuito de recompensa del cerebro. Así, se asociará a la pareja con una sensación satisfactoria de recompensa. La serotonina, por el contario, encabeza la lista de las sustancias que modelan el desamor. La ausencia de este neurotransmisor, que tiene un efecto sedante sobre el cerebro, está relacionado con la agresividad, la depresión y la ansiedad. Las personas que presentan un trastorno obsesivo compulsivo, caracterizados por niveles bajos de serotonina, son concientes de que sus obsesiones son algo irracionales, similares a los de las personas enamoradas. Éstas, a su vez, presentan índices de cortisol elevados, reflejando así el estrés que producen los estímulos asociados a los inicios de una relación sentimental y que es necesario para iniciar una relación. La testosterona en el caso del amor se comporta de manera de forma diferente según los géneros. En el hombre enamorado disminuye mientras que en las mujeres aumenta. La dopamina es fundamental en la biología del amor, en lo que se refiere a los mecanismos de señalización y placer, jugando un papel determinante en la elección de pareja.
La intensidad de la atracción sexual no es la misma entre varones y hembras. El orgasmo de la mujer requiere de una inhibición casi total de su cerebro emocional, es decir, precisa de la desconexión de ciertas emociones como el miedo o la ansiedad. En el varón, predominan las sensaciones de placer físico vinculadas a la excitación por encima de las circunstancias reinantes. Esto es así porque el varón compite con otros de su misma especie para merecer los favores de la hembra. Sin embargo, la hembra pone un especial cuidado en la elección del hombre con el que se empareja. Mientras que la mujer necesita para engendrar un hijo la energía equivalente a correr una maratón, el macho sólo emplea la energía requerida para calentar una taza de agua.
Fisiológicamente, las hembras y los machos aportan de diferente grado en la inversión parental. Las primeras pueden producir un hijo o dos al año, empleando un óvulo de sus cuatrocientos, mientras que el hombre podría fecundar miles de hijos al año (tres mil espermatozoides por segundo). Los rasgos exageradamente masculinos resultan menos atractivos que los exageradamente femeninos ya que se han asignado a estos últimos atributos como honestidad, maternidad, altruismo, etc. Aún así, durante la fase de fertilidad del ciclo menstrual, las mujeres cambian sus preferencias a favor de rasgos marcadamente masculinos. Los bebes humanos requieren de los cuidados de sus padres debido a su indefensión, al nacer un año antes de tiempo. Al erguirse sobre los primeros homínidos, pero disminuyó, justo cuando aumentaba el del encéfalo craneal, por lo que fue necesaria esta estrategia para sobrevivir. Criar niños y prepararlos para que se puedan valer por sí solos es una tarea que supera con creces la capacidad de una sola persona. Además, como consecuencia de que nuestros antepasados homínidos se irguiesen, para mejorar su rendimiento energético, el tamaño de su pelvis disminuyó a la vez que aumentaba el del encéfalo craneal, haciendo necesario que los bebés humanos naciesen un año antes de tiempo. Así, para la perpetuación de la prole se requiere un vínculo emocional como el amor, que se encarga de eliminar el pensamiento consciente del macho para permanecer con sólo una hembra. La información canalizada a través del tacto y, por tanto, del contacto físico es primordial. Los hombres que besan a sus esposas por la mañana pierden menos días de trabajo por enfermedad, tienen menos accidentes de tráfico, viven unos cinco años más Y ganan de un 20% a un 30% más. Una cuarta parte de los niños que no han sido acariciados a menudo tiene un comportamiento más inestable que el resto en la pubertad. Está comprobado que un estímulo negativo equivale a cinco estímulos positivos, además de que un niño que convive con expectativas negativas y estresantes se amolda fácilmente a los que se espera de él. También es sabido que la ausencia física durante mucho tiempo mata el amor. Si todos los estímulos se agolpan conjuntamente, la sensación será intensa. Si se espacian en el tiempo, la sensación será débil.Fuente: Eduardo Punset, "El Viaje al Amor", Ciencia Popular
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