Caían las primeras sobras del 23 de Junio de 1770 cuando en las cercanías del puerto de Valparaíso, fue divisado el bizarro velero español ORIFLAMA, que al mando del Capitán don José Antonio Alzaga y del piloto don Manuel de Buenechea, había zarpado a principios del mismo año, desde el puerto de Cádiz.
El gallardo bergantín ORIFLAMA, bellísima nave española, ingresó al Océano Pacífico impulsada por recios vientos que presagiaron malos momentos a casi 300 pasajeros y tripulantes.
Sucedió que, a poco de navegar, una misteriosa epidemia provocó una horrenda mortandad entre la tripulación, la que se acentuó pronto con una escasez de alimentos que produjo una desesperada hambruna. El Capitán don Juan Esteban de Ezpeleta, que comandaba el velero “Gallardo”, ordenó disparar una salva de cañonazos en homenaje a su amigo el Capitán Alzaga, sin embargo, desde la nave de igual matrícula, nadie respondió el saludo. Ezpeleta ordenó alcanzar al silencioso velero, presintiendo que algo grave ocurría a bordo, pero la noche impidió su empeño. Tan solo al otro día un bote, perteneciente al “Gallardo”, logró abordar al ORIFLAMA... El espectáculo era sobrecogedor, aterrante, macabro; 149 pasajeros y tripulantes yacían muertos diseminados entre los 106 sobrevivientes, casi todos moribundos.
Los marineros del “Gallardo” no lograron imponerse sobre los verdaderos motivos que produjeron tales efectos, porque los que aún daban señales de ida no podían hablar, ni siquiera moverse. Cuando volvieron al barco del Capitán Ezpeleta, contaron las verdaderas razones del silencio recibimiento por parte de la ORIFLAMA y porqué la nave mantenía solamente una vela izada. El Capitán visiblemente conmovido, ordenó el rápido transporte de víveres y medicamentos, eligiendo de inmediato 40 hombres para socorrer a las víctimas de tan brutal epidemia. Cuando la orden comenzaba a cumplirse y los botes estaban prestos a ser descolgados, un violento temporal comenzó a desencadenarse en la bahía y las naves hermanas empezaron a separarse cada vez más. Todo el día el temporal se ensañó con el “ORIFLAMA” y el mar tempestuoso lo convirtió en un frágil juguete de las olas.
Las primeras sombras de la tarde mostraron de él tan solo un destartalado velero a punto de zozobrar que apenas mostraba su arboladura en lontananza.
Pronto sobrevino la noche, una noche de aguaceros y vientos furibundos. Las jarcias y los mástiles rumoreaban una oración extraña y sobrecogedora. La tripulación del “Gallardo” pensaba que el ORIFLAMA estaba irremediablemente perdido, que a esa hora sus escasos tripulantes y pasajeros habrían expirado gracias al viento frío y al aguacero.
Muchos marineros rezaron por sus compañeros y amigos para que Dios se apiadara de ellos y concediera eterno descanso a sus almas. De pronto, sucedió un alucinante acontecimiento: el velamen del ORIFLAMA comenzó misteriosamente a ser izado y rápidamente el viento inflamó sus velas. Tanto y tanto se hincharon que en un breve lapso la “Nave de los Agonizantes” zarpó con rumbo desconocido.
El ORIFLAMA encendió toda sus luces y, así emgalanada, con sus mástiles y palo mayor iluminados, se alejó velozmente noche adentro.
El Capitán Ezpeleta, aferrado al barandal de proa, no podía convencerse de que cuanto estaba sucediendo era realidad...
Así fue como el hermoso velero gaditano: El ORIFLAMA, ingresaba al misterioso círculo de los “barcos fantasmas” que de tiempo en tiempo aparecen a los marinos que surcan nuestro litoral.
El ORIFLAMA frecuenta los puertos nacionales mostrando sus velas hinchadas, plenamente iluminado y con su macabro cargamento de 300 tripulantes y pasajeros muertos. Esta es la historia del bergantín fantasma llamado también la NAVE DE LOS AGONIZANTES.
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