El caso de la tumba de Martín Busca, que data de 1945.
Cuenta la leyenda que este hombre era paupérrimo y de un día para otro se
convirtió en millonario. Había hecho un pacto con el diablo: fortuna a cambio
de su alma una vez muerto, a penas su cuerpo tocara tierra. Su mausoleo en el Cementerio Playa Ancha es abierto, hay que
subir dos peldaños para entrar en él. Su ataúd es una gran caja de cemento
levantada en el aire por cuatro patas de dragón (con seis dedos; el número del
diablo). El piso tiene cuatro capas y su techo ovalado está pensado para
resistir terremotos. Es decir, Martín Busca se las ingenió para que su cuerpo
nunca tocara tierra. El hombre en vida fue un buen hombre, ayudó a quien pudo
con su fortuna. Pero el mal rodea su sepulcro, en espera que algo pase y pueda
llevárselo. Es por eso que quienes hacen brujería ocupan este lugar para
conectarse con el diablo. Prueba de ello son las cruces y estrellas que dibujan
sobre su ataúd, raspando el cemento con una moneda.
Una de las tantas Cuevas del Chivato, existió al pie de un
cerro de la ciudad de Valparaíso, y dicen que era honda como la
eternidad. Esta cueva estaba situada en el centro de la población. Los
habitantes de Valparaíso sabían que había dado a la cueva su nombre y mucha
celebridad cierto chivato monstruoso que, por la noche, salía de ella para
atrapar a cuantos por ahí pasaban. Era fama que nadie podía resistir a las
fuerzas hercúleas de aquel feroz animal y que todos los que caían en sus
cuernos eran zampuzados en los antros de la cueva, donde los volvía Imbunches
si no querían correr ciertos riesgos para llegar a desencantar a una muchacha
que el chivo tenía embrujada en lo más apartado de su vivienda.
Los que se arriesgaban a correr aquellos peligros tenían que combatir primero con una sierpe que se les subía por las piernas y se les enroscaba en la cintura, en los brazos y la garganta, y los besaba en la boca; después tenían que habérselas con una tropa de carneros que los topaban atajándoles el paso, hasta rendirlos, y si triunfaban en esta prueba, tenían que atravesar por entre cuervos que les sacaban los ojos, por entre soldados que les pinchaban. De consiguiente, ninguno acababa la tarea y todos se declaraban vencidos antes de llegar a penetrar en el encanto. Entonces no les quedaba más arbitrio para conservar la vida, que dejarse imbunchar, y resignarse a vivir para siempre como súbditos del famoso chivato, que dominaba allí con voluntad soberana y absoluta.
Lo cierto es que nadie volvía de la Cueva a contar lo que acontecía, y que casi no había familia que no lamentara la pérdida de algún pariente en la Cueva, ni madre que no llorase a un hijito robado y vuelto imbunche por el chivato, pues es de saber que éste no se limitaba a conquistar vasallos entre los transeúntes, sino que se extendía hasta robarse todos los niños malparados que encontraba en la ciudad.
Los que se arriesgaban a correr aquellos peligros tenían que combatir primero con una sierpe que se les subía por las piernas y se les enroscaba en la cintura, en los brazos y la garganta, y los besaba en la boca; después tenían que habérselas con una tropa de carneros que los topaban atajándoles el paso, hasta rendirlos, y si triunfaban en esta prueba, tenían que atravesar por entre cuervos que les sacaban los ojos, por entre soldados que les pinchaban. De consiguiente, ninguno acababa la tarea y todos se declaraban vencidos antes de llegar a penetrar en el encanto. Entonces no les quedaba más arbitrio para conservar la vida, que dejarse imbunchar, y resignarse a vivir para siempre como súbditos del famoso chivato, que dominaba allí con voluntad soberana y absoluta.
Lo cierto es que nadie volvía de la Cueva a contar lo que acontecía, y que casi no había familia que no lamentara la pérdida de algún pariente en la Cueva, ni madre que no llorase a un hijito robado y vuelto imbunche por el chivato, pues es de saber que éste no se limitaba a conquistar vasallos entre los transeúntes, sino que se extendía hasta robarse todos los niños malparados que encontraba en la ciudad.
Emile Dubois (nacido en Étaples, Pas-de-Calais, 29 de abril de 1867 - Valparaíso, 26 de marzo de 1907), fue también
conocido como Emilio Dubois, Emilio Morales o Emile Murraley, todos alias del
inmigrante francés Louis Amadeo Brihier Lacroix, hijo de José Brihier y
María Lacroix.
Fue un asesino en serie, que se hizo famoso en Chile a
comienzos del siglo XX al ser acusado y posteriormente condenado
por matar, entre los años 1904 y 1906, a cuatro personas extranjeras, que eran
connotados hombres de sociedad. Ellos fueron, Ernesto Lafontaine, comerciante
francés y primer alcalde de Providencia —entre los años 1897 y 1900—;Gustavo
Titius, empresario alemán; Isidoro Challe, comerciante francés; y Reinaldo
Tillmans, comerciante inglés. El primer asesinato de Dubois registrado en Chile, ocurre en Santiago.
El cuerpo de Ernesto Lafontaine fue encontrado por Román Díaz, regidor y amigo
personal de la víctima, en el escritorio en la oficina que Lafointaine tenía en
la calle Huérfanos. Su cuerpo se encontraba mutilado a golpes. Entre otras
pertenencias, desapareció un reloj de oro, las llaves de la caja fuerte y
dinero en efectivo. Finalmente, este reloj de oro sería un elemento de prueba
fundamental, para establecer la culpabilidad de Dubois durante el jucio en su
contra, llevado a cabo en Valparaíso. Finalmente, los hechos que le hicieron
tristemente célebre tuvieron lugar en la ciudad de Valparaíso y
fue en esta misma ciudad donde Dubois fue capturado, juzgado y finalmente
ejecutado por un pelotón de cuatro fusileros el día 26 de marzo de 1907. Según los cronistas de esa época, las víctimas de Dubois
eran usureros, por lo que el pueblo lo tildó en una especie de Robin Hood chileno,
considerando los asesinatos como actos de justicia del proletariado contra la
burguesía. La cultura popular desde entonces lo ha elevado al estatus
de santo popular, transformándose su tumba, ubicada en el cementerio Playa
Ancha de Valparaíso, en una venerada animita llena
de innumerables placas de agradecimiento por favores concedidos.
Fuente: Ciudad de Valparaíso, Wikipedia
No hay comentarios:
Publicar un comentario